Miro el mapa
y señalo el punto en el que estás,
con mi dedo índice.
Aplasto la superficie de cartón.
Dedo asesino, ojalá pudiera matarte
aplastar todo el dolor que produjiste
con una venganza fría.
Cuando no lo esperes
el enemigo paciente se mostrará ante ti
implacable, como el dios vengador
de los mortales inocentes
de los hombres de mirada límpida.
Ojalá lleguen mis manos hasta ti
hasta ese cuello que soporta tu cerebro negro
tu ojos rojos de sangre
tus oídos poblados de alaridos.
Con mis propias manos sacaría tu corazón sangrante
si estuviera en tu pecho.
Pero tu pecho ha de estar vacío de corazón
solo masas sangrantes deben poblar
tu tronco desolado.
Solo venas a punto de estallar
que llevan la sangre de otros muertos
Tu no tienes sangre, como no tienes alma.
Solo un hálito de vida, ronco y miedoso
con el terror de no saber quien es tu verdugo
al notar sobre la piel desnuda
el aire de la muerte.
No es justicia, ni siquiera sirve para evitar un llanto,
pero al menos el torturador ha muerto.
Ojalá le esperen en las puertas del infierno
las tropas de un dios enfurecido
que desmembren su cuerpo y lo castiguen
aún después de muerto.
Y que las almas de los muertos inocentes
de los hombres de mirada límpida
descansen, por fin, en paz.
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