jueves, 10 de marzo de 2011

Que arda

Que se desate la tormenta sobre mi,
y su agua limpie hasta los últimos recovecos de mi alma.
Que sus rayos ataquen mi pecho enardecido,
la ira que me colma.
La ira que me alimenta y me calienta.
Y que ésta arda como arde el pecado en el infierno
sobre el altar que habita junto a mi corazon doliente.
Entonces tal vez todo estalle
y me purifique y me haga libre.
Necesito ser libre.
Libre, aunque eso signifique
extender la palma de mi mano y encotrar el vacío
No hay nadie.
Que arda todo, u olvidaré todo lo que tiene de bueno la vida
y me regodearé en el duelo y el tormento
en el llanto infinito del que no tiene nada
del que nada espera
del que es, en si mismo, desolación.
Porque ahora, os digo,
vientos que asoláis el amor que me queda:
nada debo, nada quiero, nada tengo.
De vosotros,
de vuestras manos tendidas que no hallo,
nada espero.

Que mi vida entera arda en una inmensa pira funeraria
y se purifique mi alma negra.

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